LA GAZETA:
Elegir Miss Finlandia a una inmigrante nigeriana a la que ni siquiere se le puede llamar agraciada salvo por cortesía parece una broma.
Sin rodeos: elegir Miss Finlandia a una inmigrante nigeriana a la que ni siquiere se le puede llamar agraciada salvo por cortesía sería una monumental broma de dudoso gusto si no estuviéramos ya acostumbrados a este tipo de torpísimas maniobras y supiéramos que responden a un propósito más avieso y destructivo, como es el de aniquilar toda idea de identidad nacional y todo apego por las propias raíces.
A ambas cosas, naturalmente, se me puede contestar con argumentos que, estoy seguro, habrán oído muchas veces. El primero sería que la belleza es subjetiva, que está en el ojo de quien mira, que es -ánimo, hay que decirlo- un ‘constructo cultural’ y que ya va siendo hora de cambiar el canon eurocéntrico y, con toda probabilidad, de un rancio machismo.
La segunda objeción, previsible como lluvia en abril, sería que recusar a Sephora Ikalaba por su origen u -¡horror!- su raza es caer en el moderno pecado contra el Espíritu Santo y hundirse en la ciénaga del racismo y la xenofobia.
Ad primum respondeo, por tirar del Aquinate, diciendo que si acordamos que no existe nada parecido a un canon de belleza, si no hay diferencia estética inmediatamente apreciable entre la Nicole Kidman de Moulin Rouge y, no sé, Angela Merkel, podemos ahorrarnos la molestia, cerrar el chiringuito y olvidarnos de todo concurso de belleza.
Naturalmente, la primera en negar esa misma premisa es quien se presenta a un concurso de eso, precisamente, de belleza, lo que parece sugerir que se cree en el concepto. De hecho, toda nuestra civilización -esa que ahora se pretende socavar con este goteo de disparates- se basa en lo contrario, en que la belleza no solo es objetiva sino importante. No hace falta hablar de la filosofía que hace de la Belleza uno de los transcendentales del ser junto al Bien y la Verdad; cuando la hetaira Friné fue llevada por un pleito a los tribunales de Atenas, su abogado, por todo alegato, se limitó a mostrarla desnuda ante los jueces, que dictaminaron que semejante belleza no podía ser culpable de nada.
Hoy estamos en lo contrario, estamos en la suspicacia ante todo lo que pueda atraer estéticamente, hasta el punto de tachar de machismo cualquier referencia halagadora hacia el aspecto de una mujer en público y de hacer del feísmo un verdadero culto. Todo el movimiento originalmente americano -¿qué moderna locura no tiene su fuente en Harvard?- de la ‘fat acceptance’ no solo pretende que creamos que la obesidad mórbida es perfectamente saludable, sino que aspira a avergonzar a los varones que declinan emparejarse con mujeres que harían escorarse al Titanic.
Por lo demás, como otras tantas nuevas virtudes de la modernidad, todo queda en ese matonismo pasivo-agresivo típico del moderno victimismo, todo es meramente declarativo, y las cadenas televisivas que con mayor hostilidad cargan contra la mal llamada ‘cosificación’ de la mujer siguen contratando presentadoras de muy buen ver. Quizá se trate de una singular coincidencia, pero permítanme mostrarme escéptico. La estadística está de mi parte.
La izquierda, que ha hecho grandes progresos negando la realidad en economía e instinto social, se las tiene ahora contra la biología, y ese es un combate que no puede acabar bien.
edició intencionada i injuriosa de la fotografia i cosificació de la dona
Y voy con la segunda, para lo cual me viene de maravilla el ‘meme’ de LA GACETA. Antes decía que, si no hay belleza objetiva, huelgan los concursos de belleza. Y en esto añado que, si tanto vale que la moza sea de San Sebastián, Shanghai o Mogadisho, no tiene el menor sentido hacerlo por países. Es decir, que una nigeriana -a ser posible, no esta: se me ocurren varias candidatas sin salir del populoso país africano- haría mejor representando a Nigeria.
La idea original de este concurso, por lo que la ganadora se llamaba ‘Señorita Finlandia’ o ‘Señorita España’ -que eso significa ‘Miss’-, era no solo seleccionar una belleza, sino que fuera de algún modo representantiva de la belleza de las mujeres del país. Usted puede negar públicamente que exista el tipo -los arquetipos están de capa caída, salvo cuando se trata de varones blancos, cristianos y occidentales-, pero apuesto a que alguna vez se le ha escapado una expresión alusiva a “la típica francesa” o “una belleza mediterránea”.
Pues bien: existen. Existe la belleza finlandesa, no solo una mujer que es bella y, además, posee el pasaporte finlandés, sino que es (casi) reconociblemente finlandesa. Finesa, nos atreveríamos a decir. Como ilustración de lo que digo podría valer un vistazo a las finalistas. Lo entenderán mucho mejor así, que este caso hace bueno aquello de que una imagen vale más que mil palabras.